-Pídele a Diosito (que es tan bueno), ésto y aquello-.
-Ay Diosito, ayúdame-.
-Diosito: gracias por el pan que me llevo a la boca-.
La cosa fue catastrófica, mientras más me decían quién era DIOSITO, menos lo quería conocer, mi DIOSITO terminó siendo dios, a secas. Nunca pude verle un rostro. En cambio, al que también le rezábamos, era a un pobre hombre que sangraba de manos y pies, y tenía una corona de espinas en la cabeza, que, por la expresión de su cara, parecía que le dolía mucho; yo esquivaba la mirada, me daba miedo, me ponía muuuuy triste… nada que ver con mi Diosito…
Mi di osito, a quien además, me acostumbré a decirle: "Señor, tú que estás en los cielos..."; era algo como ésto:
Bueno, más o menos; fue lo más parecido que encontré (en google). En realidad mi Diosito era un graaaaan oso de peluche con cara de bueno, iluminado por el sol, que se asomaba por entre las montañas, cada que yo le rezaba...
pero como todos, crecí.