lunes

Una de tantas...


Ella, es una mujer quién después de haber recibido una paliza amanece húmeda de sangre y llanto. Rodeada de basura y sin ánimo alguno de despertar, quiere seguir dormida, segura que tras su muerte él sufrirá. Inicia el día, se siente afortunada de que nadie se enteró del pleito de anoche...

Tras haberla encerrado en una habitación y con la luz apagada comienzan los reproches:

-¿Dónde estuviste toda la mañana?- Le decía

-Desayuné con Elsa, mi amiga, tú la conoces, amor-

-Pero ¿ A Quién le quieres ver la cara de pendejo, estúpida? -

No sabe de otros adjetivos más que de “Puta”, “Pendeja”, “animal”, “inútil” y lo dice con tal aborrecimiento que a ella no le queda más que cubrirse el rostro y llorar sin consuelo. Con toda intención, hunde el puñal en su frágil corazón. El llanto se convierte en el detonante de la ira. Es objeto de todo tipo de puñetazos, patadas... peor que cualquier pelea callejera. Ella, sumergida en el terror asciente a todo insulto con el afán de que mañana volverá la calma y la cotidianeidad se hará presente.

Con el dolor de las entrañas busca todo tipo de accesorios que cubran los moretones que empiezan a aparecer en brazos y piernas. Esconde con maquillaje las marcas en el rostro y en sus ojitos negros, hinchados por llorar hasta que el cansancio se hizo presente y la venció.

La tempesatad ha pasado, finalmente él se cansó de insultar, golpear y gritar. Extrañamente, duerme plácidamente como si hubiese tenido una noche cargada de satisfacciones.

Ella prepara el café y camina con lentitud, casi con dificultad. Encuentra una rosa en la mesita del café y una nota pidiendo perdón. Una invitación al teatro la sucede y quizá algún obsequio costoso. Otra lágrima rueda por la mejilla de esa mujer avergonzada de ser maltratada.
Se niega a confesar de lo que sufre. Hoy está a salvo, piensa...

Una mujer atractiva sin duda, su principal atributo es su simpatía, preparada, podría decir que hasta inteligente con destellos de luz apenas perceptibles.

Sale de casa y la rutina diaria se vuelve sofocante.

-Buenos días- le dice a todo aquel que se le cruza en el camino, los hombres y mujeres se convierten en espectros semidoblados, como robots, que al igual que ella, cumplen tan sólo con una rutina casi condenada.

No sabe hacer más que inventarse actividades, siempre está ocupada. No tiene ánimo de volver a casa, donde sabe, no es su hogar. Dónde sabe, es considerada tonta. Donde no sabe ni planchar una camisa. Donde siempre será mediocre e inferior a las demás mujeres. Donde es ella quien provoca todas las discusiones y termina pidiendo perdón…

De pronto, al salir de casa, y en alguno de esos encuentros fugaces, me la topé llorando. Completamente desencajada, su alma no podía más. Se desplomó ante mi y sólo pude recoger los pedazos de su ser roto, quebrado. Su rostro golpeado no lo estaba tanto como el abatimiento de su mirada, como lo amorcillado de su seguridad. Detrás de la sonrisa esbozada y el saludo que a diario intercambiabamos en el pasillo, se escondía un ser temeroso y frágil, solitario y acongojado.

Esta vez, no me di cuenta de que sangraba. Se cubría el abdomen, hasta con vergüenza, podría acertar. Sus ojos, me pedían auxilio en silencio. Pero nunca habló, nunca levantó la voz.

Siempre calló...

Ella, ella murió, a manos del hombre quien le juró amor eterno. Su verdugo. ¡Qué terrible paradoja!

En el fondo todos lo sabíamos, incluso ella misma, pero nunca habló, nunca levanto la voz. Sin duda, todos somos cómplices, siempre hay alguien que escucha el llanto, siempre hay alguien que presta atención al grito, siempre hay alguien que acerca su oido a la puerta para escuchar mejor a manera de vouyerismo con tintes morbosos...

Ella, nunca quiso denunciar, nunca levantó la voz en señal de protesta…y su voz, finalmente...se apagó.