sábado

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¿Por qué tengo tantas ganas de llorar?

Tengo tantas ganas de llorar, que busco cualquier pretexto para hacerlo. Llorar, es dejar salir a los demonios que se enconan en el alma, y se la devoran de a poco. No es malo, es sano liberarlos de vez en vez y a todo pulmón.

Mientras tanto, ¡Ya sé! Me voy a comprar algún libro de autoayuda, de esos que se venden a granel. El otro día vi uno, se llamaba: “Cómo ser feliz” (¡¿cómo?!), era pequeñito y solo costaba cuarenta pesos. Regresaré a ver si aún está en venta ese, o algún otro como: “Soluciones simples a la preocupación”, o bien, "¿Por qué los hombres aman a las ca...nijas?" o, “Dieta milagrosa: baje kilos sin dejar de comer”. Seguro, con eso arreglaré mi vida, y llenaré el camino que pisan mis pies con piedritas de dulces de colores, y chocolates, y bombones de sabores; y quizá, sólo quizá, así se me quiten las ganas de llorar…

Ahí

Hoy estamos donde
no eres tú, ni soy yo,
sino SOMOS,
dientes que chocan,
atrapada ¿tu saliva o la mía?
y nuestro olor, sabor,
las temperaturas se homologan,
y nuestras pieles echan chispas.
Un enredijo de pies,
y manos y ombligos,
nuestra estructura se complementa,
y palpitamos,
y sudamos,
nos miramos

y bailamos a un ritmo
y nos abrazamos a la vez.
Ahí, es donde no hay tiempo,
espacio,
palabras,
frases,
solo ese perfil perfecto que nos conforma.