jueves

Ándenlessss...

Con la novedá de que acabo de descubrir en un blog amigo la función o (gadget) de “seguidores”… A manera de comentario personal, pues, me gustaría rete hartísimo ver algunas (2) caritas asomadazas por ahí; ya saben, pa´ continuar con el vanidoso, egocéntrico y jactancioso mundo blogeríl oséase, una linda y fluida experiencia social.

Ándenlessss, ¿sí? ¿sí?


Bueno, si no quieren pus NO y ya… nadie los obliga…

Pero…

¿¿¿SÍÍÍ???





(wuuuuujú
, soy la primera en seguir mi blog, je je)

¿y ahora quieeén, si no soy yoooooooo...?

miércoles

Sin nombre

Mi narcisismo sin Narciso
El amor dicho
Sin nombres,
sólo un cuerpo desnudado
transmutado en utopía.
En mi universo aislado
cercenas el mundanal ruido
de una realidad desrealizada
de un amor encarnado
en tus ojos
en tu voz
en la desnudez del alma.
Signo inverso de novela
que se marchita y muta
aquí dentro
por mi necedad
por mi estupidez
por mi afecto a lo absurdo
.
sí,
.
punto.

lunes

Recuerdos y recuentos

Hace algunos días, mientras miraba detenidamente mi abdomen, con las marcas propias de la maternidad; me detuve a pensar en mi ombligo. Pensé en esa conexión tan importante tanto con el ser que te dio vida a ti, como con los seres a los que les has regalado vida.

Es muy difícil dar fechas exactas en que esas personitas comenzaron a ser “ellas”, con un nombre y con un apellido. Se convierte en maravilla recordar que alguien tan pequeñito dependa totalmente de ti.

El recuerdo de ver su carita atónita cuando tuvo de frente el primer arcoiris, o la sorpresa del vuelo de la mariposa que se posaba en el filo de la ventana. Qué puedo decir de su primer diente, o sus primeros pasos. Recuerdo que, cuando empezaba a caminar, le compré un banquito de apenas centímetros de altura, y, cada que se sentaba en él, ya no lograba levantarse por el miedo a caer; hasta que yo llegaba al rescate. Recuerdo con nostalgia también, que su primera palabra fue: Pa-pá, (y no le guardo rencor, je je), me congratulo por haber alimentado ese amor hacia su padre.

Yo era sabia o una sabelotodo -como siempre me decía-, porque respondía a todos sus “por qués”.

Tenemos el mismo cabello y sacó mi nariz. Nuestro perfil es parecido y si nos fijamos bien, hasta la risa es un poco similar. Y cómo no serlo si es parte de mí. Siempre le enseñé a sonreír, por oscuro que esté el panorama. Le enseñé que una sonrisa franca te ayuda a estar siempre de pie. ¿Recordará los ataques de besos cariñosos? ¿Se acordará del llanto desesperado porque en pre-escolar no le salía el número dos? ¿Recordará mi serena filosofía de curarlo todo con un abrazo, leche fría y galletas de chocolate? Debo confesar que yo sigo utilizando ese recurso, y, cada que remojo una galleta en la leche, me acuerdo de ella, (no sé cómo lo lograba); pero toda su carita terminaba llena de chocolate. Espero que mis terapias galleteras hayan ayudado un poco a atravesar los momentos difíciles.

Hoy ha crecido, y ha decidido. Le miro, y le admiro. Me enseña a diario un mundo extraordinario y, con todos sus bemoles, nunca le dejo de aprender…

sábado

Aquí

Aquí, espero.
Tratando de dibujar el brillo de tus ojos
la mirada perfecta
del amante
del silencio
del testigo del reflejo de mi alma.

Aquí te espero.
hablándote en voz alta
buscándote en un sueño
recreando el candor de tu abrazo.

Aquí, espero.
Imaginando sombras
que asemejen tu silueta,
cómplices
entre espíritus adormecidos.

Son mis alas,
las que me hacen volar hasta alcanzarte
y me convierto en ave silenciosa
que espera la luz del día
y, a las once en punto,
impaciente sentir tu amor
que me mantiene viva.



lunes

Y te amo


Un silencio.

Qué desastre hay debajo de mis ojos
de momento se humedecen
entre un te amo reprimido
y el enorme silencio
por debajo de la piel.

Y te amo.
Como amo las distancias entre tus ojos

cada pliegue en tu piel,
como amaría tu desamor…

Y amo ese silencio que me hiere
de dos palabras que no sabes juntar.

Amo cada letra ilegible,
cada carta
jamás escrita para mí.
Cada risa y cada diente
cada átomo de tu ser.

Y te quiero
con mis manos
con mis uñas

con mis muslos
y mis dedos.
Y cada labio entreabierto
cada beso invisible
cada palabra no dicha
cada frase incompleta...

Gracias de nuevo
por recordarme
que soy un bicho raro

Que dice todavía: Te amo



domingo

A los 73 años...

Las gotas caen una a una sobre mi rostro, un rostro salpicado de manchas de edad acompañado de líneas dibujadas con pincel. Líneas que, con los años se han ido remarcando y son el reflejo de la calidad de los momentos que me tocó vivir.

En abril próximo cumpliré 73 años.

Aunque gozo de buena salud; mi memoria empieza a fallar, las rodillas en ocasiones no responden y camino con dificultad. No me he olvidado de reír, de cantar ni de bailar; incluso tomo clases de danzón, salsa, cha cha cha y, desde hace cinco años que, me reúno a bailar con señores y señoras de mi edad en la Alameda Central, como ritual todos los domingos. Si no fuera por esos domingos, ya me habría vuelto hipocondriaca, inventado no se cuantas enfermedades para llamar la atención de las personas que me rodean. Mis hijas se han casado y se han olvidado de llamar; el día de mi cumpleaños se ha convertido en toda una ceremonia. Es el día que llegan a casa a visitar para partir un pastel, quizá me inviten a comer. Ese día, las miro más hermosas, exitosas y realizadas, cada quien en lo propio. Es el día en que recibo besos, regalos y soy tratada hasta con cierta delicadeza, ternura y amor.

Vivo sola, más no en soledad. Sigo con mi compañero quien, desde hace más de treinta años, ha recorrido las calles del Centro Histórico conmigo en la búsqueda de aventuras; de recovecos agradables para sentarnos y compartir el pastel; de entrar en librerías de viejo y ahí separarnos, tomar cada quien un camino, como dos extraños, para después juntarnos con un tierno beso habitual y salir del lugar sorprendidos y gustosos del tesoro encontrado. Desde hace más de treinta años transitamos por calles y avenidas tomados de la mano, comprando cachivaches maravillosos aquí y allá. Conozco sus manías y obsesiones como si fueran mías. Desde hace más de treinta años mi compañero se volvió mi camarada, mi amigo, mi compinche, mi colega y hasta mi maestro.

A mis 73 años, con un cuerpo de alguien de 73 años, me siento aún atractiva. He aceptado el paso del tiempo y la mella que hace en él. Mi pecho no es apetecible, ya no está erguido. Mis piernas firmes, producto de las largas caminatas, han sufrido merma en su masa muscular. Mi abdomen se ha recubierto de grasita poco agradable a la vista y el espejo me trata con crueldad. Con todo ello, mis acciones, apropiadas a mi edad, hacen que me vea a mí misma –y a otros-, como un ser todavía sexualmente activa (los jóvenes que lean esto harán expresión de horror).

Recibo mes con mes una pequeña pensión con lo justo para vivir. Me he inscrito a cuanto programa sale de ayuda por parte del gobierno. Siempre me dio temor llegar a vieja y ser una carga, así que, me preocupé por guardar unos cuantos centavitos.

Tengo 73 años, con una lluvia tupida golpeando mi piel, en un domingo cualquiera, recobrando el aliento sentada en una banca de la Alameda Central y con la mano asida a mi compañero de hace más de treinta años, llega a mi mente la certeza de que pronto entregaré el equipo. Debo confesar que cada día es un gran logro, me lleno de contento al mirar hacia atrás para volver a decir: Todo ha valido la pena…

Es tarde, me incorporo y me apuro. Abro mi sombrilla. La comparto. Mientras caminamos a paso lento y con escaza agilidad, vamos charlando, recordando y repitiéndolo todo (como hace más de treinta años) hasta llegar a casa…

martes

Mi escritura espejo



Soy medio sorda y además soy zurda. De niña siempre me miraban diferente mis compañeros, pero no por escribir con la mano izquierda, sino porque para mí era mucho más sencillo hacer los trazos iniciando de derecha a izquierda y con las letras invertidas en ese mismo sentido.

-Óooooorale, escribe en clave-, decían mis compañeros.


Muchas veces me llamaban la atención mis maestros por escribir de esta forma que, a mí, me hacía sentir mucho más cómoda por el curso y sentido de las formas y redondeces de las letras. Al ser regañada por mi “peculiar” forma de escribir, muchas veces me sentí tonta, triste, desmotivada... (gracias al criterio de los profesores de entonces).

Je je..., ahora me gusta y hasta la uso en mis apuntes diarios.

Además, de chavita, no sólo escribía en espejo, sino que, cada vez que pasaba al pizarrón escribía con la derecha, no por imposición, era más bien por tratar de ser como todos los demás y que no notaran mi desorden de escritura; pero nunca llegué a ser totalmente ambidestra, aunque tengo suficiente fuerza y destreza en la mano derecha.

Debí esforzarme un poco más..., sigo practicando.