lunes

...de historias

Muy pocas veces he contado mis historias. Tengo 35 años y, haciendo un recuento, puedo decir que si he de morir mañana, tengo la certeza de que he vivido lo suficiente…

Las alegrías de la infancia, una infancia que mirando como adulto; no fue para nada cómoda. En realidad hubo de todo; pero ha sido mi madre quien sabiamente nos ha sacado del fango. Una eterna combatiente. Admirable ella, se enfrentó al señalamiento y estigma de los años setentas. Quizá se equivocó en elegir compañero, quien lejos de ser camarada nos llevó hacia los extremos; a la fortuna y a la pobreza. Mi madre supo levantarse sola al embargo, ese que jamás podré olvidar…

Tendría yo quizá unos cuatro o cinco años. Veíamos televisión. Golpes fuertes azotaron a la puerta. Gente extraña invadía mi casa. Se lo llevaron todo. TODO. Mi cama, mi tele, mi sillón. En ese entonces, ese era mi mundo. Mi mundo se vació. No había mesa dónde sentarnos a comer, no había televisión que ver –quizá esa es la razón por la cual la aborrezco- estaba de moda “El chavo del ocho” y yo con singular alegría lo veía en casa de alguna amiga. Comíamos soya; era nutritiva y barata. Bebíamos “Soya Malt” (sabor que aún me es nauseabundo) Recuerdo ver a mi mamá llorar a escondidas, siempre a escondidas. Frente a nosotros era un roble.

Una infancia llena de carencias, como hasta los nueve años en los que la bonanza entró por la puerta, pero sin duda; es la etapa de mi vida que con más nostalgia recuerdo. Crecí rodeada de árboles y pájaros, qué pensé eran míos, sólo míos. Jugué a lo que quise, en complicidad de mi hermano. Agarrábamos todo tipo de insectos, culebras, trepábamos árboles, corríamos despavoridos por entre los matorrales, nos subíamos de “mosca” en camiones, patinábamos hasta que nos salían ampollas en los pies, me invitaba yo sola a las fiestecillas de la cuadra. Sin duda todos me apreciaban, porque a pesar de todo era una chiquilla simpática, irreverentemente respetuosa. Pero se ve que desde mi nacimiento estoy hecha para no creer en los determinismos.

Sería muy fácil decir que este hecho de escoger la infancia es una manera de escapar a la realidad. No. En primer lugar porque son situaciones que no se nos dan a elegir. Lo que uno elige es la actitud de las condiciones que se nos presentan. Llegué a ser siempre la primera de la clase en los colegios que estudiaba. No obstante, era la hija abrumada por los problemas maternos. Era mi manera de decirle a mamá que todo iba a estar bien.

Desgraciadamente la inocencia termina, cambias, y aunque tu esencia y sencillez siempre son las mismas; tu entorno te enseña distinguir colores en la piel. Aprendes la idea de indiada, chusma, estratos sociales. Cargué todo eso durante mucho tiempo, hasta que maduré (un poco tarde, pero a todos nos llega). Sé que no debo hablar demasiado, al final de cuentas no soy nadie, nunca lo he sido. Nadie me ha querido adular porque no soy nadie. No poseo dones extraordinarios, ni características únicas, ni sabidurías, es decir; soy un personaje común y corriente en la historia, es por ello que no juzgo porque no sabría hacerlo con justicia.

He sabido de riquezas, pero también de miserias. He probado los más exquisitos manjares, pero también he devorado un bolillo duro. Alguna vez tuve joyas; hoy mi tesoro es la libertad. La libertad de pensamiento, de ideas, de gustos…, de conocer el poder de las palabras, del amor.

Quizá amigos míos, todo esto que he contado hasta hoy son sólo historias para el café, quizá todas ellas creíbles, quizá todas ellas mentira…, pero a medida que mis relatos estén llenos de imágenes oníricas, de sueños, de fantasías, mientras más elevada la dosis de alucinación, sin duda alguna; más cerca estoy de alcanzar el poder de la verdad…, MI VERDAD.