miércoles

De vuelta

El auto de lujo da de trompicones delante de mí, con la señora que, perdiendo totalmente el control, se asegura de que nuestras miradas choquen, con el único fin de hacerme señas obscenas con sus dedos perfectamente manicurados. La chica de la tele chapotea como rana en su propio lodazal con blanca sonrisa y frases memorizadas al dedal. El conserje atento a las cinco de la mañana para abrirle la puerta al camión de la basura. Mi compañera de trabajo, juguetea con sus zapatos y se toca los pies debajo de su escritorio. El pretendiente que pretende pretenderme invitándome a comer, haciéndose el aparecido a la hora de salir de la labor. El loco que escribe fantasías incoherentes que habitan sólo en su cabeza. Los ojos de las ventanas que me miran llegar a casa. Detrás de ellas, la gente se reúne a cenar, se preparan para dormir y soñar. Para la mayoría de ellos esta noche es una noche parecida a la de ayer, y la de ayer a la de la noche anterior. Vidas cerradas y circulares con hábitos y rutinas casi predecibles. Y en ese mundo estoy yo, protegida por una burbuja invisible y todo lo miro desde ahí. Mis ojos no me pertenecen. Al despertar me coloco un visor que me desprende de mí, perfectamente receptiva a lo que sucede a mi alrededor, pero nada puede tocarme. De vacaciones en otra dimensión. Sin embargo sigo sintiendo, sigo amando, riendo, cantando, mis uñas las sigo mordiendo, sigo atenta al vecino, a la chica de la tele, al conserje, a los zapatos de mi compañera de trabajo, al loco… pero con un yo que ha cambiado.