miércoles

¿Rubor, pundonor o timidez...? Vergüenza



Hace tiempo atrás escribí un post de título “de la pena a la vergüenza”. Por sugerencia de mi buen amigo, novelista, matemático, fotógrafo y honrosamente lector de esta intentona de blog, Isaí Moreno, he decidido ampliar un poco más el tema de la vergüenza que puede ir desde un simple sonrojo, hasta lograr mellar por completo en la seguridad de un individuo.

Expondré mi experiencia, porque considero que al no ser un estudioso en la materia, no puedo dar opinión más que con la base del ensayo en uno mismo:

Todo se remonta a la niñez, recuerdo claramente que en la escuela, reuniones familiares o en algún sitio en dónde yo tuviera que interactuar con mis semejantes y éstos se referían a mi, mi carilla se ruborizaba de manera incontrolable, giraba la cabeza o me escondía por entre las piernas de mi madre, cuando este sentimiento me invadía. Obviamente crecí y a base de chingadazos entendí que la vergüenza lejos de ser una emoción benéfica es una limitante que influye muchísimo en el quehacer diario.

El retraimiento o vergüenza como tal, es una emoción que nos empuja a renunciar a nuestra propia identidad, a fin de lograr la aceptación de los demás. Este produce un efecto que te paraliza y te empuja a esconderte. La vergüenza involucra la totalidad de nuestro ser. De pronto nos sentimos intolerantemente aislados y la posibilidad de reparar esta condición nos parece imposible.

No sé nada de genética, y si la genética tenga que ver en estos menesteres, pero sí creo que más bien es el contexto familiar el que influye de manera significativa en hacer un adulto seguro de sí mismo.

Usamos muchas veces a la vergüenza como aliado en la educación, como arma, para lograr que el niño sienta pena y bochorno con tal o cual comportamiento. Es decir; le tildamos de feo, grosero, le exigimos saludar cuando no quiere, no le escuchamos, los ridiculizamos frente a los demás, contamos en las clásicas reuniones familiares que el nene o la nena cantan muy bien y no conformes con decirlo los obligamos a que les canten y den espectáculo circense.

Y ¿Qué decir cuando no somos lo suficientemente agraciados, inteligentes, sociables? ¿O, tenemos la nariz grande y las piernas chuecas? La familia y los amigos mismos se encargan de hacértelo saber y sentir vergüenza contigo mismo… hasta te ponen apodos ( je je a mi me decían Makicarmen, por mi nariz y los makikos)

… incluso me acuerdo que me daba pena que me dijeran que estaba linda… pero esa es otra historia, que luego platicaré...

Siempre he sido una persona muy penosa, poco a poco lo voy superando haciéndome “coco-washes” y metiéndome en la cabezota lo siguiente: “María, házlo ¿Qué es lo peor que puede pasar?? ¿Prefieres quedarte en la incertidumbre??” … y ¿saben qué? …


¡¡¡FUNCIONA RETE BIEN!!!



3 comentarios:

Anónimo dijo...

Qué horror que por venguenza dejamos de hacer muchas cosas no? Al diablo con la verguenza, las cosas hay que hacerlas!

Anónimo dijo...

Mary, hoy es el primer dia que te estoy leyendo y en verdad me gusta, tienes ese don que muchos como yo no lo tenemos ni tantito.
Este de la pena me gusto porque sabes, yo de chica tambien era un poco penosa, hasta que me di cuenta que no lograba lo que queria, y como a los 10 años se me quito y a partir de ahi, la verdad no se lo que es pena, para mi lo mas facil si veo que me esta empezando a dar pena, es hacer un chiste y salir bien librada.

Te dejo un beso.

María dijo...

Sandy:

¡Qué gusto que andes por acá! Eres bienvenida siempre, ya te habías tardado.
¡Qué chido que además te guste! Gracias...

Pues sí en efecto, a la pena, siempre se le da poca importancia, pero en realidad nos limitamos un chorro en hacer/lograr cosas por esta limitante. Es buena terapia la tuya, a mi me sucede que enmudezco... jajaja yo!! emudecer??? Ah canijo!!...

Yo te dejo dos besos