jueves

Extracto de un día gris

Camino y camino por las calles de la Zona Rosa. Sin cuerpo, miro las hojitas en el piso, regadas por todos lados, cafés y marchitas. La acera está llena de hoyos (todos hemos visto esas cosas, ya lo sé). Frente a mí, construcciones híbridas entre las grandes casas estilo francés de principios de siglo XIX, convertidas en bodegones mal pintados con colores horrorosos, y la mancha plana de concreto actual. El olor es acre, me pica la nariz, los autos pasan a mi lado, soplando vahos grises y malolientes. Sé que no es novedad describir estas sensaciones, pues todos alguna vez hemos caminado por calles, siendo nada, revueltos con el paisaje, inadvertidos por nosotros mismos, liberados de los pensamientos repetidos y repetidos como clavos en banco. Qué ganas de retroceder el tiempo hacia los años sesenta, cuando abundaban las librerías, las galerías de arte y no era raro encontrarse a Pita Amor declamando (o reclamando, je je) en plena calle. Miro discretamente los establecimientos, para ver donde se me antoja pedir un café, y sentarme un rato a seguir bobeando. Uno no porque es muy familiar, y no quiero a nadie cerca, otro tampoco porque está muy desangelado, y el otro tampoco porque se ve muy gringo. Me topo con una crepería, con un establecimiento de donas, con un restaurante chino (o ¿será coreano o japonés?) no le presto atención. Un aparador de Zara, atractivo, con modelos talla cero. Me siento estratégicamente para poder mirar a la gente pasar, en lugar de ello, miro mis manos y mis dedos, y uso la voz para pedir una taza, quizá dos, luego ¿volveré a ser la misma martillada por las nostalgias? Mejor sigo caminando, viendo los puestos con dulces y papitas, los niños sucios sentados en las paredes, el "viene-viene" me regala una sonrisa, la cual regreso amablemente, las construcciones a medio terminar, mis zapatos gastados.