Agrio el sabor que queda en los rincones de mi boca. Ese sabor amargo, acibarado como el sabor a bilis, sabor a enojo, a hiel, a mal humor. Presa de un mal día, presa de la gente, de la labor; de mí. Presa de mi tendencia a engordar y al mal presagio que mi horóscopo tenía preparado: la Luna regida por Venus; yo que sé de esas cosas pero es más fácil echarle la culpa a los astros, a mi tendencia a la obesidad, a Dios, a mi mala suerte, al olvido, al gobierno, al sistema... al PEJE; a quien se deje por todas las cosas malas que ocurren a diario. El enojo por mi escaso talento, por mi falta de concentración, por mi mala memoria, por mi falta de compromiso, por mi gusto de perder el tiempo, por mi afición de andar sin rumbo descalza, por beber cerveza y comer chatarra, por desayunar-comer y cenar galletas, que incrementan mi obesidad, por mi nihilismo, mi poca fe, por mi nulo interés en los Juegos Olímpicos, por la flacidez de mi abdomen…, por la calavera tatuada que llevo en mi frente a la que esquivo hábilmente a diario.